14 de mayo de 2010

MEDIOS Y COMUNICACIÓN

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14-05- 2010


Ricardo Haye, Roberto Samar y Alejandro Aymú aportan tres miradas complementarias sobre el escenario actual de los medios en la Argentina, la responsabilidad social de los periodistas, la instalación de los temas de agenda, los debates sobre la libertad de expresión y la vinculación de todo ello con la ciudadanía.


Sobre libertades y alternatividad 

Por Ricardo Haye *

Desde General Roca, Río Negro
A veces conviene explicitar lo obvio: el reclamo de libertad de expresión no puede circunscribirse a los periodistas. Es un derecho que les asiste a los profesionales de la comunicación, pero también a cualquier ciudadano de a pie. Una vez entendido eso, cuesta comprender la pertinacia con que se reclaman medidas que obturen el pronunciamiento de las personas.
Existen miles de argentinos que sienten repugnancia por el comportamiento de algunos poderosos medios decididos a potenciar su condición de agentes de poder. Y resulta anacrónico querer prohibirles la manifestación de su sentimiento.
Sin embargo, un grupo de periodistas ataviados con el ropaje de la fama concurrieron al Congreso de la Nación con el propósito de exigir que se “fijen límites institucionales a las agresiones” que dicen estar sufriendo.
En primer lugar, habría que detallar la índole de las presuntas agresiones, que parecen consistir –apenas– en el ejercicio de su libertad de expresión por una parte de la ciudadanía.
Pero luego cabe reflexionar respecto de los “límites institucionales” requeridos. Sería provechoso que alguno de los peticionantes aclarase si lo que demanda es la reposición de la figura de calumnias e injurias, esta vez a favor propio y en contra de quienes razonan distinto.
El otro reclamo de ese selecto grupo es el de que se realicen tareas de inteligencia para descubrir quién pagó los afiches anónimos que cuestionaron el desempeño de algunos periodistas.
Que sean precisamente profesionales de la información los que demandan acciones de “inteligencia interior” produce una profunda perturbación. Quizá si se les preguntara, alguno de ellos querría proponer al Fino Palacios para que conduzca la tarea.
Estos hechos documentan una complejidad epocal tal vez inédita desde el derrumbe de la última dictadura.
Hace unos 25 años, cuando empezábamos a acostumbrarnos a vivir de manera democrática, el término “alternativa” cobró importancia por su función calificadora del sustantivo “comunicación”. El mayor déficit de la palabra era que siempre terminaba definiéndose por oposición. Aludía a lo “otro”, a lo que, siendo diferente, resultaba necesario. Pero su dilucidación, muchas veces adolecía de firmezas.
Frente a la formidable acción corporativa de grupos concentrados que trabajan en pos del discurso único y hegemónico, tal vez no fuera mala idea desempolvar aquella expresión y darse a la tarea de llenarla de sentidos. Porque sólo la presencia de pensamientos alternativos posibilitará que se enriquezcan el escenario social y nuestro paisaje mental.
* Periodista, docente e investigador. Universidad Nacional del Comahue.

La disputa por la agenda

Por Roberto Samar *
 
Los medios masivos de comunicación nos realizan un recorte de la realidad. Nos dicen qué es noticia y qué no. Es decir, nos informan de qué es lo que pasa y que es lo qué no pasa hoy. Por lo cual, nos plantean sobre qué tenemos que discutir y reflexionar. En la tapa de los diarios, en el panorama informativo de la radio o en los títulos del día de los noticieros, los medios nos instalan una agenda informativa. A esta capacidad de los medios de decirnos qué discutir se la denomina “agenda setting”.
Según Donald L. Shaw, como consecuencia de la acción de los periódicos, de la televisión y de los demás medios de información, el público es consciente o ignora, presta atención o descuida, enfatiza o pasa por alto, elementos específicos de la “realidad”. La gente tiende a incluir o a excluir de sus propios conocimientos lo que los medios masivos de comunicación incluyen o excluyen de su propio contenido.
El 24 de marzo se cumplieron 34 años del golpe de Estado. Por lo cual se organizaron marchas que fueron multitudinarias en todo el país. Sin embargo, la tapa de Clarín del día hacía referencia a la oferta a los bonistas, la gripe A y a un partido de Estudiantes.
¿Por qué Clarín evitó titular sobre el aniversario de la dictadura? ¿Por qué buscaba que ese día discutiéramos sobre estudiantes y los bonistas, si la masividad de las múltiples marchas mostraba el interés de la mayoría del pueblo?
Probablemente, en el marco del proceso judicial para determinar la identidad de los hijos adoptivos de la dueña del Grupo Clarín, Ernestina Herrera de Noble, sumado a la confrontación del grupo con el Gobierno, no era funcional una marcha multitudinaria de la temática de los derechos humanos. En ese sentido, si el hecho no es noticia, no es considerado importante, la gente tenderá a no preocuparse por el tema del aniversario del golpe de Estado.
Más allá de las políticas comunicacionales específicas del Grupo Clarín, la concentración de los medios masivos de comunicación genera la existencia de un grupo hegemónico que intenta instalar una agenda de discusión que responde a sus intereses.
Si existe una pluralidad de medios, existirán múltiples agendas de discusión y tendremos muchas miradas de la realidad coexistiendo. Por suerte la comunicación no es lineal y la última palabra de la agenda de discusión la tiene el pueblo. La marcha del 24 de marzo fue multitudinaria, se reafirmó el repudio al genocidio y se respaldó el derecho a la identidad.
* Licenciado en Comunicación Social. Docente UNLZ.

Ciudadanía y medios: identidades (frag)mentadas

Por Alejandro Aymú *

El debate sobre una ley de servicios de comunicación audiovisual visibilizó a nuevos sujetos que hasta hoy siguen bajo las sombras de las grandes corporaciones mediáticas y sus negocios. Su aparición en el debate les otorga una legitimación que incomoda al “establishment” mediático, que les asigna un lugar marginal y estigmatizante.
Ingresamos al siglo XXI con un estallido social que los medios masivos reflejaron en sus programaciones, mediatizando un fuerte reclamo popular a la clase política bajo el lema “que se vayan todos”. En este escenario de rupturas los medios de comunicación eran testigos de la urgencia popular. Frente a esas fragmentaciones sociales y simbólicas comenzó a hacerse más evidente que hacía falta un replanteo de un sistema que políticamente se estrellaba contra el suelo. Hoy vemos que el que se estrella es el sistema financiero y que arrastra al político a tomar una postura clara frente a los representados. Las corporaciones financieras que operan en vastos sectores de la economía, conformando grupos económicos que manejan más de un rubro en la producción pero que responden a una misma sociedad también tienen sus aparatos mediáticos que actúan como poder.
Frente a esa fragmentación social el discurso único de los medios masivos se observa fortalecido. Es un espacio de poder que los medios de comunicación no disputan sino que utilizan con una intencionalidad política clara, llenar los espacios que deja libre esa sociedad fragmentada.
La ausencia de objetivos que nos mancomunen, la impronta individualista que se interpuso, junto con un modelo de desarrollo “poco sustentable”, por sobre un modelo colectivo e inclusivo son las claras evidencias de este proceso. Sobre esta fragmentación: social, política, económica y cultural, los medios masivos de comunicación se homogeneizan en su discurso. La instalación en la agenda de los asuntos económicos siempre es más urgente que cuestiones vinculadas a la educación, la cultura o la recreación, entre otros temas que hacen a la construcción identitaria y colectiva del pueblo. En este juego perverso de política y medios se simplifica el discurso y el debate sobre cuáles son las demandas sociales que necesitamos sean atendidas.
Responsabilidad social de los medios de comunicación es el compromiso que tienen al momento de emitir información veraz cuyos contenidos no afecten los derechos de las personas a las cuales se alude y sobre el rol de servicio social que tienen de cara a la ciudadanía. El impacto social y la fuerza política de un medio de comunicación corre con amplia ventaja respecto de la que pueda tener el ciudadano medio, por lo que, a este “aparato mediático” le corresponde un compromiso ético y social que debería superar los intereses individuales.
En términos de “responsabilidad social” sobre los medios, se sostiene la función de tener que informar. El modo de titular una nota, el abordaje de la información, la estructura narrativa o la editorialización del acontecimiento político son herramientas que instituyen al medio frente a los ciudadanos y que estos legitiman. Ese vínculo, que por momentos parece tan estrecho, entre medios y ciudadanía se fortalece con el juego de complicidad y legitimaciones “ingenuas”.
En esta línea es atendible observar el rol de los comunicadores en la medida en que su trabajo carga sobre la responsabilidad de informar sobre un hecho político, económico, social o cultural, requiere de rigor profesional y responsabilidad ciudadana en tanto su producción es parte del proceso político que su crónica o editorial destaca.
El espacio mediático es un espacio de lucha simbólica por el poder. Hay actores sociales que intervienen en ese espacio forjando un “sentido común” sustentado en valores interpretativos e interpelativos que formarán la opinión de un amplio sector social que lo legitimará en sus complicidades. El rol de los medios es parte de un debate que nos debíamos. Mientras los más corporativos intentan disimularlo, la ciudadanía es parte y testigo del replanteo y los alcances de estas nuevas voces en el campo comunicacional, que vienen a formar parte de un nuevo desafío que implica la consolidación de la democracia. La apuesta es un desafío de toda la ciudadanía para comenzar a disputar, también simbólicamente, el poder y que su práctica sirva para ir más allá de una reglamentación y que la comunicación sea un ejercicio de hecho y de derecho.
* Periodista e investigador del Centro Cultural de la Cooperación.